viernes, 25 de noviembre de 2016

La insoportable levedad de las "primeras planas"

La primera lectura fue sobresaltante.

“El Gobierno acuerda repartir $ 30.000 millones por la emergencia social”. Tapa. Cinco columnas. Letras, sino “catástrofe”, sí cercana. El verbo, por su parte (“repartir”) traslada un mensaje de dispendio e irresponsabilidad que asusta. Imaginar, en la situación fiscal actual, una cantidad de dinero de tal magnitud volcada a la economía significaría un golpe inflacionario indisimulable que daría por tierra con el esfuerzo del año de todo un país.

Hay que ir a la página 10, columna sexta, últimas líneas, para luego de leer toda la página, anoticiarse que “El desembolso comprometido es de $ 30.000 millones en tres años”, y que, usándose para generar puestos de trabajo en las cooperativas, “podría pasarse de los 300.000 actuales a más de 500.000”.

30.000 millones en tres años. O sea, 10.000 millones por año. Advirtamos la diferencia de impacto, porque no es inocente. Comparémoslo con el monto total del presupuesto nacional enviado al Congreso: a $2.363.619,9 millones. La incidencia real del acuerdo, en el total de la magnitud del gasto es del 0,00423. Es decir, cuatro milésimos. O sea, en términos macroeconómicos, realmente insignificante.

Tampoco se “reparte”, sino ayudará a generar 200.000 puestos de trabajo, volcados a la infinidad de obras públicas de alcance local –cunetas, pavimentos, cloacas, red de agua, viviendas populares-, a un costo claramente inferior para los municipios que los empleos formales en el Estado.

La impresión que deja el titular, alarmista y con una perversa dosis de cinismo, sin embargo, en nada refleja ambas realidades de la noticia. Tan flagrante la inexactitud provocó que el propio gran matutino que la ubicara en tan destacado lugar no mantuviera el titular en su edición en Internet, donde la cabeza de la nota ya era “El Gobierno acordó la emergencia social y destinará $ 30.000 millones adicionales”, en una tibia concesión a la objetividad periodística.

En el otro extremo del “arco”, otro titular intenta describir una agonía inexistente: “Macri en Emergencia”. Quien mira de pasada en un kiosco la tapa, ésta a seis columnas, percibe un clima de inestabilidad angustiante. 

Más opinable, por supuesto, que el titular anterior, cotejado con los números es clara su inexactitud. Macri conserva, a un año de gestión, una valoración positiva que supera el 50 %, prácticamente cuadruplicando la que exhibía a un año de su gestión (2008) la anterior presidenta. No ha generado grandes movilizaciones populares en su contra –en el mismo lapso, la ex presidenta había sufrido ya las dos más grandes concentraciones en contra de un presidente en ejercicio de toda la historia argentina, en Rosario y en el Monumento de los Españoles- y sin contar con mayoría legislativa ha logrado la sanción de la mayoría de sus iniciativas. Su herencia, sin embargo, fue notablemente más complicada que la que recibiera CFK en diciembre de 2007.

“Patéticas miserabilidades”, diría Yrigoyen. Los argentinos, en el medio, oficialistas, opositores o independientes, ansiamos que las cosas marchen. Vemos en el gobierno, en gran parte de la oposición y en las organizaciones sociales y sindicales una madurez que alienta la esperanza de dirigirnos a un país plural, con debates y diferencias de enfoques, pero centrado con honestidad en la búsqueda de su camino.

No ayudan a ese esfuerzo, sin embargo, las impostaciones oficialistas ni opositoras, pero mucho menos las insoportables levedades de las primeras planas. 

Ricardo LafferriereLa

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