lunes, 16 de enero de 2017

EL MUNDO DESDE EL 20 DE ENERO

Hasta ahora, las hipótesis que consideraban esa alternativa pertenecían al campo de la ficción-desastre, similar a un aerolito gigante golpeando la tierra, o a un acontecimiento geológico catastrófico de similar magnitud. Que hoy haya ya economistas que contemplen la posibilidad de un default de su deuda declarado por EEUU es una alternativa que -literalmente- asusta, por la cadena de acontecimientos que podrían desatarse. EEUU le debe a todo el mundo, pero su principal acreedor es China.

Las consecuencias de un eventual default serían imprevisibles y no sólo en el plano económico sino político, estratégico y eventualmente hasta militar. Seria un retroceso casi terminal del estado de derecho en el plano internacional y el fin definitivo del mundo como lo conocemos, con el entramado de instituciones construidas trabajosamente desde el fin de la Segunda Guerra Mundial y su reemplazo por un escenario "westfaliano" apoyado en correlaciones de fuerza, alianzas militares y bloques enfrentados sin mediaciones multilaterales.

Las incógnitas que genera la administración Trump permiten jugar hasta con esa hipótesis. Designar al frente de la autoridad ambiental a un negacionista del cambio climático, o de la administración de programas de vacunaciones a un negacionista de las vacunas son sólo ejemplos del hermético mecanismo de toma de decisiones del nuevo mandatario.

Similar preocupación conllevan sus pronunciamientos de política exterior -y eventualmente de los de sus funcionarios-. La afirmación del futuro Secretario de Estado en el sentido que se bloqueará el acceso de China a las islas artificiales que está construyendo en el Mar de la China mereció la inmediata respuesta de las autoridades chinas a través de la prensa oficial: "prepárense para una fuerte confrontación militar". China es, como se sabe, tenedora de la mayor parte de los bonos del Tesoro de Estados Unidos y el segundo poder militar mundial.

Y además, la obsesión con México, tanto como el nuevo distanciamiento con Cuba -que en ambos casos, significarán un alejamiento de toda la América Latina-. La amenaza a empresas con planes de inversión en México, aún no norteamericanas, como Toyota, en el sentido que bloqueará su acceso al mercado norteamericano en clara violación a los Convenios Internacionales vigentes, reforzará el desprestigio de EEUU ya iniciado con la "vía muerta" que anunció para el Acuerdo Transpacífico, que la administración Obama había convertido en el pivote de la presencia de su país en la zona de mayor crecimiento -y complejidad geopolítica- del mundo y con el que había logrado seducir a numerosas naciones del área, entre ellas a Vietnam.

Dice Justin Wolffers en un artículo publicado el 13/1 en el New York Times bajo el título de "Why Most Economists Are So Worried About Trump", entre otras cosas, que la incertidumbre que hoy reina entre economistas tanto republicanos como demócratas está abonada por "the possibility of a trade war, a catastrophic economic decision like defaulting on the national debt or a foreign policy disaster." (la posibilidad de una guerra comercial, una decisión catastrófica como defaultear la deuda nacional o una desastrosa política exterior).

Curiosamente, esa temerosa incertidumbre se contrasta con el optimismo de los actores de corto plazo. Los financistas están contentos, la bolsa sube, el oro baja y los pequeños empresarios y microemprendedores rebosan buenas expectativas.

Acá también estaban así al empezar la aventura de la década pasada. Default, puro consumo, despilfarro. Tomar decisiones de esa clase sin perspectiva estratégica es propia del populismo, que suele ocultar que al final, se debe pagar la fiesta. Agreguemos que el nuevo presidente llega al poder en sus setenta años como empresario exitoso pero sin haber tenido en toda su vida la responsabilidad de tomar una decisión pública.

La diferencia es que la Argentina logró con un denodado esfuerzo de décadas ser indiferente para el mundo, mientras que lo que haga EEUU, primera economía, primera potencia tecnológica y militar, primer contaminante global y primer arsenal nuclear, nos afectará para bien o para mal a los 7200 millones de seres humanos que vivimos en el planeta.


Ricardo Lafferriere

miércoles, 4 de enero de 2017

¿Entrando en la normalidad?

El cambio de año trajo novedades. 

No se trataron de noticias relacionadas con explosiones económicas ni derrumbes estrepitosos. No hubo estallido del consumo inducido artificialmente, como en la década pasada, ni derrumbes cambiarios, como los que hemos tenido en otras épocas.

Tampoco se notaron saqueos –más allá de la natural incomodidad y malestar que provocaron en miles de ciudadanos los piquetes motorizados por el petardismo adolescente del kirchnerismo y sus agrupaciones afines-.

La mayoría, la inmensa mayoría de los compatriotas de todos los estratos sociales atravesó el cambio de año con expectativas de un futuro mejor.

Los argentinos, poco a poco, están entendiendo que mientras se está arreglando la casa no es posible salir a comer afuera todos los fines de semana. Y teníamos la casa destrozada.

Rutas, viviendas, agua potable, autovías, puertos, ferrocarriles, defensas y desagües, comunicaciones, transporte público, energía… el esfuerzo inversor que está realizando la Argentina para recuperarse del deterioro tiene pocos antecedentes –si acaso hubiera alguno- en la historia nacional.

Las riquezas del país, que durante una década privilegiaron el consumo inmediato y fugaz, se están dirigiendo a mejorar nuestro equipamiento público. Eso tiene como contracara un comportamiento más austero, y se nota.

La disminución del consumo cotidiano es una muestra, no necesariamente relacionada con la caída de los ingresos –que está claro que existió- sino con una nueva actitud frente a la economía.

Los argentinos estamos volcando los recursos del país a obras, públicas y privadas. No es necesario abundar en las encaradas por el Estado –nacional, provincial, municipales- que no necesitan más que mostrarse: también comenzó a dinamizarse el mercado habitacional. Los últimos datos de escrituraciones en la Ciudad de Buenos Aires muestran un síntoma: la cantidad de escrituras en noviembre superó en más de un cuarenta por ciento a las del mismo período del año anterior.

Los compatriotas más necesitados, por su parte, están siendo atendidos por el Estado con la mayor asignación de recursos reales en toda la historia. Los trabajadores formales pueden –y lo están haciendo con responsabilidad- discutir sus condiciones de trabajo y salariales con las patronales en un marco respeto total, sin una intervención estatal en las discusiones como hace tiempo no se da en el país.

Los empresarios, liderados por el sector agropecuario, comenzaron a advertir que se irá desmontando progresivamente el “país corralito” donde cazaban libremente y que deberán focalizar sus esfuerzos en modernizar sus plantas, conseguir mercados y detectar nichos donde su potencia competitiva tenga mayores chances –que, al fin y al cabo, es su responsabilidad en la economía-.

Estamos en el medio de los ruidos de la transformación. Hay ecos del pasado que de a ratos pretenden renacer, pero son impotentes ante la marcha de la realidad. Hace unos meses lo mostraron con el intento de Ley “antidespidos” –cuya sanción constituía un perverso obstáculo a la recuperación económica del país- y en las postrimerías del año con la estrambótica reforma del impuesto a las ganancias, que dejaba sin financiamiento al presupuesto que esos mismos legisladores habían votado apenas dos meses antes. Ambas iniciativas fueron encarriladas por la conjunción de responsabilidades del gobierno nacional, de los gobiernos provinciales y de las propias organizaciones gremiales.

Por eso el horizonte es promisorio. Quedan, por supuesto, compatriotas que en el maremágnum de los debates se han retrasado y deben atenderse, especialmente aquellos que no forman parte del mercado formal de trabajo. Quienes viven de changas, de trabajos informales, de ocupaciones esporádicas, necesitan mayor atención, especialmente si desenvuelven tareas artesanales y de oficios y no pertenecen al colectivo receptor de ayudas sociales.

Por último, también aquellos que desde esta columna hemos considerado muchas veces los motores reales del crecimiento sostenible, los emprendedores, deberán ser atendidos con políticas públicas que respeten, defiendan y promuevan su esfuerzo. La mayoría de ellos son cuentapropistas o pequeños empresarios y no es necesario recordar que la ideología predominante en el país desde hace décadas los castiga por todos los flancos: fiscal, financiero, reglamentario y aduanero. Hasta ahora han recibido un trato dual, pero está claro que están lejos de recibir el trato público que se merecen. En la nueva economía son los únicos creadores de actividades económicas masivas y consistentes, más que las grandes inversiones de capitales tecnológicamente intensivos, pero de escasa incidencia en el empleo masivo.

El balance final del primer año de Cambiemos es alentador. Más allá de las políticas públicas puntuales en las diferentes áreas, que como en cualquier gobierno muestran los claroscuros propios de cualquier actividad humana, el rumbo global es el correcto. Lo que hubiera parecido difícil al comenzar el gobierno –sortear el campo minado sin contar con mayorías parlamentarias, sin fuerza gremial propia y con empresarios cultores de la secular mentalidad rentística de más de ocho décadas- se está mostrando como posible.

Falta mucho, especialmente en los reflejos polarizantes que suelen olvidar los matices con los que se construye un país y que existen en todos los espacios. Sin embargo, luego de varias décadas y a pesar de esos reflejos que testimonian los coletazos del pasado, el saldo global se parece a un país que está buscando, en su diversidad y en su forma de procesar conflictos, el camino para volver a la normalidad de una democracia funcionando.


Ricardo Lafferriere

lunes, 19 de diciembre de 2016

Drama en Siria

Varias veces destacamos en esta columna la gravedad de la situación en Siria, donde el vacío que deja la secular presencia norteamericana “ordenando” la región es cada vez mayor.

Por supuesto que con esa presencia defendía en última instancia sus intereses vitales, la provisión de crudo, que hoy necesita cada vez menos por la revolución del “fracking” y de las energías renovables que le han permitido un virtual autoabastecimiento.

A pesar de ello, la presencia “imperial” ordenaba siquiera mínimamente la zona con su entramado de alianzas, presencia militar, temor y relaciones económicas.

Ese mundo terminó. Estados Unidos mantiene una presencia residual, con sus alianzas voluntariamente debilitadas y sólo justificando esa presencia en virtud de compromisos ineludibles con algunos de los sectores en conflicto, especialmente los kurdos. Su preocupación es ahora el Pacífico, el Mar de la China, y eventualmente el Atlántico –o sea, sus flancos, desde la perspectiva de la defensa de su territorio y su seguridad-. “Que el mundo se arregle”, podría leerse desmenuzando los pronunciamientos de su nuevo presidente.

La hegemonía en la región está vacante. Rusia, Irán, Turquía, Arabia Saudita, cada uno con sus humores, estilos, aliados, intereses, historias, malas y buenas prácticas, han convertido el escenario en un infierno. Todos despertando odios milenarios y creando nuevos, como viejos relatos actualizados en sus métodos por el aporte tecnológico, las comunicaciones y el combate.

La muerte del embajador ruso en Turquía es un símbolo. Erdogan puede acercarse a Rusia por conveniencia, pero Rusia está masacrando en un nivel genocida a poblaciones civiles –como la de Aleppo- de fuerte impronta turca. Y lo hace para defender a Al Assad, criminal serial que no ha dudado en gasear a su propio pueblo y dar rienda libre a sus soldados para los episodios más crueles de la guerra moderna, desde asesinatos a civiles, violaciones indiscriminadas y la utilización del terror como arma de dominación.

Alepo tenía más de dos millones de habitantes. De ellos, el 80 % profesan la religión mahometana en su versión sunita, lo que la acerca emotivamente a Turquía –de la que formó parte durante el imperio Otomano- y la aleja de Al Assad, chiíta “alauita”, respaldado por Irán, Hezbollah y –ahora- por Rusia.

Sembrando vientos es imposible no cosechar tempestades. No han trascendido datos sobre el estado mental del asesino del embajador Karlov. Sin embargo no es difícil imaginarse en un joven de 22 años el estallido de fanatismo al ver la masacre de sus “co-religionarios” –entre los que tal vez hasta tuviera familiares- mediante misiles mar-tierra disparados desde barcos rusos estratégicamente alejados, en el Mediterráneo, desde donde difícilmente pudieran discriminar blancos civiles o militares al probar sus poderosos explosivos de última generación cayendo sobre la segunda ciudad de Siria.

La “progresía burocrática” del mundo se desvive ahora por encontrar la vuelta para culpar a Estados Unidos de la situación en la zona. Muy pocos juicios de valor se escuchan sobre la actitud de Al Assad con sus gases venenosos, de Putin con sus misiles de largo alcance sobre población civil y de Hezbollah impidiendo que los habitantes civiles de Alepo puedan evacuar la zona.

Lo cierto es que el mundo abandona paulatinamente el estado de derecho internacional para inaugurar una etapa de “bilateralismo múltiple”, donde cada situación se analiza por cada uno por separado y donde las alianzas no responden a principios –aunque sean elementales- fijados como objetivos por Tratados y Organismos sino a los más crudos intereses de los protagonistas.

Este desmantelamiento de la diplomacia multilateral tan banal como rudimentariamente atacada por “costosa”, “lenta” o “ineficaz” por aprendices de políticos que jamás tomaron una decisión pública en su vida pero aprovechan para montarse en la reacción primaria de muchos frente a los problemas complejos del mundo está mostrando su contracara: muerte, destrucción, vigencia del puro poder, ausencia de límites, indiferencia por las consecuencias de los actos que se toman.

Pero lo más grave es que, en última instancia, observamos un retroceso que nunca hubiéramos imaginado del soporte intelectual de toda la organización internacional de la post-segunda guerra mundial, sensibilizada por los genocidios sufridos en la primera mitad del siglo XX: la defensa de los derechos humanos como un compromiso de toda la humanidad, por encima incluso del principio de la soberanía de los Estados.

Quienes nos sentimos cosmopolitas, aspiramos que el mundo se componga de patrias articuladas en una convivencia fraterna y creemos en la unidad esencial del género humano por encima de cualquier construcción chauvinista, raza, religión o ideología no podemos menos que lamentar este tobogán.

Sobre todo, porque intuimos que recién acaba de empezar.

Ricardo Lafferriere



lunes, 12 de diciembre de 2016

Ventana a una reflexión de hace varios años

En el 2007, en ocasión de elaborar un ensayo sobre la historia y perspectivas argentinas que cobró forma de libro bajo el título “Bicentenario, modernidad y posmodernidad” escribía uno de sus capítulos propositivos encabezándolo como sigue –copia textual, con lo que se perdonarán algunas referencias a una coyuntura política diferente-:

“Una política para retomar la marcha

El presente capítulo apunta a reflexionar sobre los caminos políticos para volver a encarrilar el país en la senda que abandonó en 1930. En capítulos anteriores han desfilado los sectores que, a juicio del autor, son los motores económicos y sociales de una Argentina exitosa. En éste exploraremos las formas de articularlos para dar una batalla contra las tendencias expresadas por la corporación de la decadencia, cuyas creencias giran en todos los espacios políticos aunque, como está dicho, tienen su nido principal en el populismo y éste, en el peronismo.

Los interrogantes que los argentinos se hacen al finalizar la primera década del siglo XXI son ¿qué hacer para revertir la decadencia? ¿cómo frenar el deterioro y recomenzar un camino virtuoso de crecimiento con equidad, de “empoderamiento” de los ciudadanos, de modernización e integración al mundo para aprovechar en forma inteligente la potencialidad de la globalización?

Lo único que la Argentina no probó en las casi ocho décadas anteriores se percibe como la respuesta obvia: volver a funcionar como una sociedad con división de poderes, independencia de la justicia, respeto al derecho de propiedad y reverencia a la vigencia de la ley aplicada a todos por igual –pobres y ricos, ricos y pobres-. En síntesis: con instituciones.

Esa plataforma institucional, que no sería otra cosa que avanzar en el programa de la Constitución de 1853, permitiría ingresar en la modernidad del siglo XXI, integrarse al mundo global aprovechando su potencialidad y recrear las condiciones que hicieron grande a la Argentina cuando lo fue.

Esa fue, además, la experiencia probada. La globalización de fines del siglo XIX y comienzos del XX se asentó en un consenso que atravesaba todos los sectores políticos. No significaba la ausencia de debates –que los hubo y fuertes-. Cabe recordar las polémicas entre el industrialismo proteccionista de Pellegrini frente al pensamiento internacionalista de Juan B. Justo que entendía que defendiendo el libre comercio defendía el salario del trabajador; o el pensamiento obrerista de Joaquín V. González frente al nacionalismo chauvinista de Cané. Todos, sin embargo, coincidían en la visión del mundo y en la forma en que la Argentina debía subirse al tren globalizador de la época.

El consenso estratégico asumió entonces que el debate debía procesar la manera de esa articulación, la forma de optimizar las capacidades del país –como el impulso a la educación popular-, de atenuar los perjuicios que trae todo proceso de cambio a los más débiles –como el proyecto del Código de Trabajo de Joaquín V. González- o de proteger a las personas más necesitadas en las relaciones económicas –como las leyes de arrendamientos de la época yrigoyenista-. A nadie se le ocurrió oponerse al tendido de nuevas líneas de ferrocarril porque afectaba el viejo sistema de postas y carretas, o a la extensión de la red de telégrafos porque dejaba sin trabajo a los antiguos chasquis.

La nueva globalización “siglo XXI” requiere más decisiones similares a las de fines del siglo XIX y comienzos del XX, que sumen contenido social a las formas del estado democrático, aunque agregándole su dimensión global. El retorno del “individuo” con las formas tecnológicas y comunicacionales del nuevo individualismo creando nuevas formas de relacionamiento, la globalización de la economía, el debilitamiento de los Estados nacionales soberanos, la aparición de nuevos problemas con dimensiones globales originados en los logros de la modernidad, demandan hoy un abordaje cosmopolita en el que el gran desafío es la construcción de una legalidad global mediante la cual la política recupere su capacidad de arbitraje y de encauzamiento a las fuerzas de la economía, los negocios en el borde de la ilicitud, los comportamientos delictivos y la seguridad.

La modernización es incompatible con los hábitos políticos desarrollados en las décadas siguientes a 1930, que aún subsisten. La ocupación del territorio político-intelectual por parte del ala autoritaria y chauvinista del paradigma “nacional y popular” es una dificultad cierta en el impulso a un cambio que responda al nuevo paradigma de la modernidad, pero que choca con tradiciones fuertemente arraigadas. La dificultad se hace mayor si recordamos la vulnerabilidad del paradigma “nacional y popular” a su cooptación por parte del populismo y de las fuerzas que hemos denominado “retro-progresistas”, adueñadas en el pensamiento dominante de la defensa discursiva de los “intereses populares” –a los que, a la postre, condena a la pobreza y el estancamiento-

El debate se da en el propio seno de las fuerzas políticas. Dentro del radicalismo, partido de la modernidad con sentido popular por antonomasia, el choque entre los “modelos” es permanente. Sus distritos internos con arraigo en las zonas productoras modernas del interior evitan el ideologismo que bordea la afinidad con el populismo, propio del conurbano bonaerense favorecido por el modelo industrialista cerrado impulsado a partir de 1930. El debate, sin embargo, no es nítido sino que está atravesado por diferentes lealtades personales, épicas regionales, relatos ideológicos y preconceptos gestados durante años que conforman una cultura interna compleja, contradictoria y rica en matices con imbricaciones cruzadas.

En el peronismo ocurre un fenómeno similar, expresándose en la tradicional pugna entre “los gobernadores” y los movimientos obrero y piquetero. Los primeros, demandados por sus bases agropecuarias y su necesidad de gestión, deben resistir la presión de sus compañeros sindicalistas y bonaerenses, donde radica la principal base política de esa fuerza política, alimentada por los recursos extraídos del interior, lo que configura un mapa de incesantes conflictos internos.

Ambas fuerzas deben acentuar su búsqueda de síntesis. El desarrollo del país armónico y territorialmente equilibrado es incompatible con la captación permanente de los excedentes agropecuarios para generar clientelismo populista en el conurbano, ya que esa captación les impide el desarrollo industrial y de servicios en las zonas productoras desatando el círculo vicioso de la migración interna y la presión por mayores excedentes para alimentar las ingentes necesidades de una población marginada que puebla el conurbano de la capital y de las principales ciudades del país.

La retroalimentación de un circuito de funcionamiento económico desfasado del desarrollo global encuentra sus límites inexorables en la asfixiada productividad de los sectores dinámicos y modernos de la economía, traduciéndose en la sistemática pérdida de posiciones del país “vis à vis” con el entorno regional y el mundo.

Pero el crecimiento es también incompatible con la indiferencia hacia la situación social de más de un tercio de la población, la mayoría de la cual vive en el conurbano y es la “carne de cañón” del clientelismo, del que son rehenes. Esos compatriotas, excluidos de la sociedad formal, sin servicios ni políticas públicas, sin seguridad, educación, salud ni posibilidades de inserción económica estable, son el resultado del fracaso de ocho décadas de estancamiento y decadencia.

Una propuesta política virtuosa debe romper el círculo vicioso de los últimos 80 años y abarcar las dos demandas: recuperar la capacidad de crecimiento y construir una sociedad social y territorialmente integrada.

Contra lo que pudiera suponerse de una lectura lineal, y a pesar de lo expresado más arriba sobre el populismo, el peronismo no es entonces un “enemigo a vencer” para encarrilar el país. Políticamente, tanto el radicalismo como el peronismo eluden su caracterización como partidos “ideológicos”, sino más bien como valiosos instrumentos de integración social, que es justamente una de las urgencias más fuertes del nuevo ciclo.

El verdadero enemigo de una Argentina exitosa es el populismo, entendido como la reproducción atávica de relaciones de poder clientelizadas, vaciadas de contenido reflexivo, que anulan la potencialidad y la libertad de las personas y para el que la creciente autonomía de los ciudadanos es un peligro vital. La concepción autoritaria del ejercicio del poder y la mediatización de las normas convertidas en simples mecanismos opcionales para el ejercicio del voluntarismo y la discrecionalidad políticas son la herencia colonial y prerevolucionaria, arcaica y premoderna, que se proyecta en el siglo XXI tras los perfiles antidemocráticos de varios matices actuales del nacional - populismo y del retro-progresismo.

Esa clase de relaciones existe en diversos ámbitos de la sociedad y la política alcanza a varios sectores políticos y sociales –gremiales, partidarios e incluso empresariales-, pero es claramente predominante en el peronismo y sus socios “retroprogresistas”. Dependerá del propio peronismo si puede sacárselos de su seno, o si prefiere mantenerlos cercanos a su   esencia abandonando definitivamente el rumbo democrático e institucional.”

Hasta aquí, la copia. El esbozo del reagrupamiento populista de estos días alrededor de los relatos más primitivos del peronismo, que confluyen –como es usual- “arrastrando” a sectores de visiones más arcaicas desprendidos del radicalismo –tanto Máximo Kirchner como Sergio Massa cuentan con sus “ex radicales” con los que pretenden vestir su relato de honestidad democrática- choca claramente con quienes deben responder ante sus bases productivas, que regresarían a la crisis terminal de los últimos años si ese proyecto se impusiera. Urtubey, Schiaretti, Uñiac, Bordet, claramente no están cómodos en esta aventura, como muchos otros peronistas que aspiran a un país en desarrollo.

Enfrente, el surgimiento de Cambiemos incorporando una fuerza moderna, como el PRO, sin ataduras políticas históricas pero claramente ubicada en el amplio campo democrático republicano, el respaldo del “main stream” radical y el necesario recordatorio permanente de la ética como requisito inescidible de la legitimación política que aporta la Coalición Cívica anuncian un debate más claro.

El país del pasado, corporativo, populista, autoritario y chauvinista frente al país moderno, democrático, republicano con impronta cosmopolita. Ese es el alineamiento que se va formando. Y que anuncia un debate formidable para los próximos meses.


Ricardo Lafferriere

lunes, 5 de diciembre de 2016

Impuesto a “la renta financiera” - ¿Ingenuidad o cinismo?

Existe una definición primaria de la actividad financiera: es una intermediación que se realiza sobre activos ajenos.

Los Bancos no prestan dinero propio. Tampoco –obviamente- toman dinero a interés de sí mismos. Trabajan intermediando riquezas de otros.

Con esa actividad ganan dinero. Como cualquier empresa, sobre esa ganancia pagan impuestos, específicamente el Impuesto a las Ganancias. El IVA a créditos no lo pagan ellos sino –nuevamente- los tomadores de créditos. Y el impuesto a los “débitos bancarios”, barbaridad establecida para enfrentar una situación de extrema excepcionalidad, golpea igualmente a la actividad económica fomentando las operaciones en negro o no bancarizadas.

Gravar la renta financiera no “le saca plata a los bancos”, a los que les resulta indiferente. Simplemente crea un nuevo impuesto sobre la actividad económica. Lo pagarán quienes necesiten créditos –para financiar su inversión, o su giro corriente- quienes, a su vez, lo trasladarán a los precios, porque será un costo más.

En suma: lo terminarán pagando los consumidores, con productos más caros. 

Si el impuesto es a los plazos fijos, lo pagará el ahorrista –o sea, el mismo que, en el ejemplo anterior, tiene el papel de consumidor-. El efecto es el mismo: se reducirá su ingreso. Y su capacidad de compra residual será menor. O sea, su efecto final será recesivo.

Cuando necesitamos reforzar el ahorro y la inversión para volver a crecer, se les pretende aplicar un nuevo gravamen. Los argentinos pagan ya los precios y los impuestos más caros del mundo.

Ningún economista desconoce estas verdades elementales. De ahí que cuando un dirigente político –o fuerza política- serios proponen esta medida, saben que su efecto es recesivo, no expansivo. Incrementa los costos de producir en el país, sin agregar nada a la justicia distributiva. En rigor, también la afecta, ya que al existir menos actividad económica existirá menos empleo y menos riqueza a distribuir. Y por último, es hipócrita, porque reclaman airadamente la reactivación, mientras impulsan en los hechos medidas que la impiden.

Sí sirve para embaucar incautos. Aquellos que opinan sobre economía más por reacciones viscerales que por razonamientos sólidos y que les encantaría poder distribuir lo que no existe.

Alguna vez he sostenido que la diferencia entre el populismo y las visiones modernas –liberalismo, socialismo, socialdemocracia- es la forma de tratar a la inversión, base del crecimiento.

El liberalismo y el socialismo, ambos subproductos potentes del pensamiento moderno, coinciden en la ética de la producción y el trabajo. Aunque pongan énfasis diferentes en los mecanismos de distribución de la riqueza generada, no descuidan la generación de esa riqueza, a la que consideran central. Saben que sin inversión no hay crecimiento y que la fuente de la inversión es el ahorro.

El populismo se desinteresa de la inversión y del crecimiento. Es por definición rapaz. Su ética no es ni la de la producción ni la del trabajo, sino la del arrebato de lo que producen otros. Eso sí: escondido en un discurso justiciero, que suele desembocar en situaciones como la de Venezuela.

Este debate refleja, una vez más, la naturaleza del populismo. Si a pesar de su intrínseca absurdidad el impuesto a la “renta financiera” pasa los filtros de un debate parlamentario, será la cabal demostración que lo que falla en el país es su capacidad para enfrentar sus problemas sin recurrir al pensamiento mágico.

Sería una lástima.


Ricardo Lafferriere

viernes, 25 de noviembre de 2016

La insoportable levedad de las "primeras planas"

La primera lectura fue sobresaltante.

“El Gobierno acuerda repartir $ 30.000 millones por la emergencia social”. Tapa. Cinco columnas. Letras, sino “catástrofe”, sí cercana. El verbo, por su parte (“repartir”) traslada un mensaje de dispendio e irresponsabilidad que asusta. Imaginar, en la situación fiscal actual, una cantidad de dinero de tal magnitud volcada a la economía significaría un golpe inflacionario indisimulable que daría por tierra con el esfuerzo del año de todo un país.

Hay que ir a la página 10, columna sexta, últimas líneas, para luego de leer toda la página, anoticiarse que “El desembolso comprometido es de $ 30.000 millones en tres años”, y que, usándose para generar puestos de trabajo en las cooperativas, “podría pasarse de los 300.000 actuales a más de 500.000”.

30.000 millones en tres años. O sea, 10.000 millones por año. Advirtamos la diferencia de impacto, porque no es inocente. Comparémoslo con el monto total del presupuesto nacional enviado al Congreso: a $2.363.619,9 millones. La incidencia real del acuerdo, en el total de la magnitud del gasto es del 0,00423. Es decir, cuatro milésimos. O sea, en términos macroeconómicos, realmente insignificante.

Tampoco se “reparte”, sino ayudará a generar 200.000 puestos de trabajo, volcados a la infinidad de obras públicas de alcance local –cunetas, pavimentos, cloacas, red de agua, viviendas populares-, a un costo claramente inferior para los municipios que los empleos formales en el Estado.

La impresión que deja el titular, alarmista y con una perversa dosis de cinismo, sin embargo, en nada refleja ambas realidades de la noticia. Tan flagrante la inexactitud provocó que el propio gran matutino que la ubicara en tan destacado lugar no mantuviera el titular en su edición en Internet, donde la cabeza de la nota ya era “El Gobierno acordó la emergencia social y destinará $ 30.000 millones adicionales”, en una tibia concesión a la objetividad periodística.

En el otro extremo del “arco”, otro titular intenta describir una agonía inexistente: “Macri en Emergencia”. Quien mira de pasada en un kiosco la tapa, ésta a seis columnas, percibe un clima de inestabilidad angustiante. 

Más opinable, por supuesto, que el titular anterior, cotejado con los números es clara su inexactitud. Macri conserva, a un año de gestión, una valoración positiva que supera el 50 %, prácticamente cuadruplicando la que exhibía a un año de su gestión (2008) la anterior presidenta. No ha generado grandes movilizaciones populares en su contra –en el mismo lapso, la ex presidenta había sufrido ya las dos más grandes concentraciones en contra de un presidente en ejercicio de toda la historia argentina, en Rosario y en el Monumento de los Españoles- y sin contar con mayoría legislativa ha logrado la sanción de la mayoría de sus iniciativas. Su herencia, sin embargo, fue notablemente más complicada que la que recibiera CFK en diciembre de 2007.

“Patéticas miserabilidades”, diría Yrigoyen. Los argentinos, en el medio, oficialistas, opositores o independientes, ansiamos que las cosas marchen. Vemos en el gobierno, en gran parte de la oposición y en las organizaciones sociales y sindicales una madurez que alienta la esperanza de dirigirnos a un país plural, con debates y diferencias de enfoques, pero centrado con honestidad en la búsqueda de su camino.

No ayudan a ese esfuerzo, sin embargo, las impostaciones oficialistas ni opositoras, pero mucho menos las insoportables levedades de las primeras planas. 

Ricardo LafferriereLa

martes, 22 de noviembre de 2016

¿Nos afecta el “mundo Trump”?

La gran herencia del kirchnerismo fue el atraso, frente al avance global. Esa situación, curiosamente, es también una gran oportunidad.

La –en este aspecto, afortunada- soberbia de CK la llevó a ignorar uno de los principios históricos fundamentales del peronismo (dejar a quien lo suceda un país endeudado hasta la médula, como una bomba de tiempo) y eso ha permitido a Cambiemos diseñar una estrategia de salida de la crisis amortiguándola con un mayor nivel de endeudamiento.

El kirchnerismo dejó al país con una gran deuda… consigo mismo. Infraestructura, energía, comunicaciones, pasividades, educación, salud, corrupción, desorden administrativo general. Pero con poca deuda externa, gracias a la tozuda incapacidad para acordar con los “holds out” que le cerró las puertas a una nueva deuda populista. Afortunadamente.

Hace una semana, en la nota “El legado de Cambiemos” analizaba esta situación. El país tiene margen suficiente para tomar endeudamiento destinado a rutas, viviendas, autopistas, defensas hídricas, puertos, energía, comunicaciones, que no se hicieron desde el 2000. También para aliviar la transición. Y lo está haciendo con prudencia.

CK dejó otras bombas –es cierto-, que resultaron manejables porque dependen de la habilidad política interna, lo que ella jamás imaginó que podrían exhibir sus sucesores. También éstas se están sorteando con capacidad de gobierno y el acompañamiento de la mayoría de los argentinos.

Mientras el mundo –y la región- avanzaron en estos años al punto de casi duplicar su producción –en el año 2000 el PB global no llegaba a 40 billones de dólares y hoy está en 75 billones-, el PBI argentino se mantiene prácticamente niveles similares al comienzo del siglo. Lo que tuvimos de más en estos años buenos de la década de la super-soja, “nos lo comimos”. Hasta el último gramo.

En consecuencia, ese retraso es un incentivo. Aún en una situación de estancamiento global –que está lejos de ser una verdad revelada- para alcanzar ese nivel tenemos que crecer rápidamente.

Pasado a hechos: se destrozaron los trenes, debemos reconstruirlos.

Se desmanteló el sistema energético, debemos rearmarlo.

Se paralizó la construcción de viviendas, debemos construirlas.

Se congeló el sistema de comunicaciones en las inversiones de los 90, debemos actualizarlo.

Se sometió a los barrios humildes a la clientelización sin agua potable, sin cloacas, sin gas, sin pavimento, sin servicios: debemos urbanizar los hábitats de más de tres millones de compatriotas.

 Se primarizó la economía, concentrándola en el agro y la minería –luego de su expoliación-: debemos diversificarla con una gigantesca ofensiva emprendedora.

Se destrozó el sistema educativo buscando una generación de “zombies”: debemos ponerlo de pie y modernizarlo.

Donde se fije la vista, aparecen necesidades y oportunidades. Energías renovables, rutas y autopistas, gasoductos, sistema de distribución eléctrica, modernización de las telecomunicaciones con los nuevos formatos hacia la convergencia digital,  puertos, agua potable, defensas contra inundaciones… y así donde miremos. Para eso sirven y se utilizan los créditos.

La “era Trump” afectará al mundo, pero aún con las peores perspectivas, difícilmente lleguen sus efectos a la Argentina. Con una conducción prudente, el nuestro volvió a ser un país de  oportunidades. Para nosotros y “para todos los hombres del mundo…”

Lo que seguramente más se notará es una demanda al sistema político: una maduración acelerada. Se achicarán los espacios para razonamientos primarios y consignismos grotescos.

Ello no significa unanimidad –que mata las democracias- sino acuerdos básicos sin perjuicio de la lucha política cotidiana. Ya lo vivimos en los “años gloriosos” de 1880 a 1930.

El otro gran actor de la política argentina, el peronismo, lo está asumiendo. Surgen allí nuevas dirigencias modernas y algunas viejas dirigencias sensatas, con patriotismo y sentido común.

La construcción de consensos nacionales estratégicos será imprescindible. El mundo retrocede peligrosamente en el estado de derecho y avanzarán las políticas pre-Naciones Unidas.

Veremos probablemente un mundo de alianzas bilaterales y regionales, en el que el gran juego será probablemente absorbido por los tres o cuatro grandes bloques de poder  –americano, europeo, ruso, chino- y algunos menos grandes –como debiera ser el Mercosur- con multiplicidad de relaciones cruzadas de intereses coincidentes y divergentes.

No será probablemente un “mundo en guerra” sino en tensión y debates permanentes por acuerdos bilaterales e inter-regionales, en el que la política internacional trabajosamente construida desde la Segunda Guerra probablemente sea reemplazada por juegos de poder, influencias, inversiones pautadas y comercio administrado.

Desde esa perspectiva, nuestra pertenencia regional debiera ser afianzada con una puesta a punto de un Mercosur Serio, alejado de los berrinches ideológicos –cuando no infantiles- y asentado en los intereses reales de nuestras sociedades.

En un tablero global de poder, no es lo mismo ir al juego solos que con socios que incrementen la capacidad negociadora, el mercado y las oportunidades con los cuales se jugará el nuevo Gran Juego del nuevo escenario mundial.

Obviamente, hay muchos a los que ese mundo les dolerá. Está ya ocurriendo en los países bálticos, Polonia, Ucrania o Siria. También en los países más pequeños del Mar de la China y en las personas que se sienten demócratas y pacifistas en el Oriente Medio. El nuevo “Sheriff” de la región está mostrando cómo actuará allí para garantizar “el orden”, bombardeando con misiles mar-tierra desde sus acorazados en el Mediterráneo, desde cientos de kilómetros de distancia, a ciudades con decenas de miles de habitantes civiles, como Aleppo. Y hoy mismo anuncia el “Times”, de Londres, el emplazamiento de misiles rusos con cabeza nuclear en el corazón de Europa, en el enclave ruso de Kaliningrado –entre Lituania y Polonia-.

Estamos lejos de esos escenarios, y debiéramos mantenernos políticamente lejos aunque cercanos en la solidaridad. Triste para el mundo, retroceso para los derechos humanos y el derecho internacional. También espacio demandante para la solidaridad con los afectados, como ha sido siempre, en toda la historia, la actitud de la Nación Argentina y de la mayoría de los argentinos.

¿Nos afecta, entonces, el “mundo Trump”? 

Sí, como ciudadanos de un planeta que sufrirá la incomprensión y el retroceso hacia formas de convivencia menos humanizadas y más salvajes, más desinteresado de la “casa común” y más indiferente a los sufrimientos de las personas comunes. 

No, si en el contenido de la pregunta nos referimos a los efectos directos en comercio, inversiones, desarrollo económico y posibilidades de recuperar el terreno perdido por nuestro país estos años.

Tampoco se frenará la globalización económica –porque es imposible-, aunque estará más reglamentada, con mayores controles “políticos” –al estilo actual de China y Rusia-.

Como se ha venido diciendo en estos meses: la Argentina es la única buena noticia del mundo. Aprovechémosla tirándonos menos zancadillas y sin pelearnos tanto entre nosotros.


Ricardo Lafferriere